Foto de archivo 19-05-2011 |
Esta crisis sistémica, como ya se ha dicho en tantos foros, no es más que el anuncio de una muerte anunciada. De la misma manera que un ser vivo enferma y muere cuando introduce en sus circuitos vitales el tráfico de sustancias venenosas para sí mismo, el sistema de convivencia que nos dimos a nosotros mismos como sociedad se catapulta al fin de su existencia. Si una condición física o química resulta incompatible con la vida, es lógico pensar que un valor, o varios, incompatible con un sistema puedan acabar con él, o al menos se contemple como un peligro crítico.
Siempre se oponía la Verdad frente a la Mentira, la Solidaridad frente el Egoísmo, la Cooperación frente al Individualismo, la Generosidad frente a la Avaricia, la Tranquilidad frente a la Ira, la Trasparencia frente a la Opacidad. Toda esta contraposición de valores se convertía en parte del acervo cultural y de nuestra enseñanza cotidiana, sin que apenas nos diéramos cuenta.
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Y en esas estuvimos. Mientras intuíamos el camino correcto, elegimos el único que nos permitieron, y de esta manera el capitalismo imperante en los 80 nos llevó al paraíso. Difícil no lo tenía: a un lado el socialismo soviético en plena descomposición y con un sinfín de errores y horrores que serían explotados y difundidos hasta la extenuación por sus enemigos, y al otro un mundo donde todo podía ser posible si te esforzabas, un mundo donde las libertades y el ascenso social eran las principales recompensas.
Pero nos engañaron al hacernos creer que todas nuestras ilusiones y nuestros deseos pasaban por la asunción indiscutible de nuestra convivencia en el libre mercado, y de éste como única fuente inspiradora de los sistemas democráticos.
Nada más lejos de la realidad, ya que sobre el terreno cualquiera comprueba cómo es en el libre mercado donde se produce la necesidad de instrumentalizar al resto de los sujetos sociales para extraer el máximo beneficio propio, de vulnerar su dignidad. Y es aquí donde nuestro sistema de convivencia, sin que quizás nos diéramos cuenta, comenzaba a hacer aguas. Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos “Dignidad” quiere decir “valor en igualdad, sin condiciones e inalienable, que poseen todos los seres humanos”. Y como reflexiona Felber “del idéntico valor de todos los hombres proviene nuestra igualdad en el sentido de que en una democracia todas las personas deben disfrutar de la misma libertad, derechos y oportunidades.(…) La dignidad humana es la premisa para la libertad.”
Por lo tanto sin dignidad no hay igualdad de oportunidades, y sin ésta la libertad no sirve más que para elegir entre Iberdrola o Gas Natural…
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Resulta evidente que el sistema político y económico que nos hemos dado para convivir es obsoleto y prescindible. Ya no sirve, si es que sirvió alguna vez, para colmar las ilusiones de la mayoría. Y es por ello que se hace necesario un nuevo paradigma en las relaciones de poder y un revolcón radical en las personas y organizaciones que lideren ese cambio.
Nuestros valores morales, los que nos enseñaron de niños, junto a la declaración universal de los derechos humanos deben de prevalecer sobre cualquier argumento de crecimiento económico. Se debe de desligar la política de la economía, anteponiendo la primera, ya que es ésta en la que más influyen los ciudadanos, sobre la segunda. Se deben de limitar las desigualdades imponiendo límites sobre la propiedad privada, ya que las élites económicas están en contradicción con una sociedad realmente democrática. Se debe de incentivar la verdadera responsabilidad social en las empresas para que estas incorporen valores positivos relacionados con la dignidad humana y con la defensa del medio ambiente. Y por último se debe de impulsar la participación ciudadana destruyendo la organización piramidal en la toma de decisiones y el control democrático permanente sobre las acciones ejecutivas.
¿Quién quiere ser poderoso cuando se puede ser feliz?
Artículo genial,me he quedado pensando.
ResponderEliminarel poder les da su felicidad a toda esta gentuza...
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