Por Eduardo Nabal
Se cumplen treinta años de la muerte de Michael Foucault, a
causa del SIDA. Foucault no solo habló de sexualidad o prisiones también de
todo los temas relacionados con la higiene social, la salud mental y la regulación de la vida. Hoy los
psicólogos (al menos en los programas académicos que les imponen) no dan a
Foucault, son figuras pasadas de moda. No obstante en muchos casos la
curiosidad les lleva a la obra de un autor que expuso cómo la sociedad y la
historia crearon la locura, los binarismos sexuales, la prisión moderna, las
ciencias humanas, la medicina como saber/poder…
La política de muchos gobiernos europeos, no solo el
nuestro aunque esté ganando puntos para situarse en los primeros puestos, está
ahora regulada por una serie de individuos que deben reembolsar un montón de
dinero a los bancos. Que cometen grandes estafas mientras fabrican pequeños
delincuentes. Esto va unido a una criminalización de la protesta que ha
llevado, por ejemplo, a Ana Botella a hablar “de los atentados de Gamonal”.
La retirada del dinero para la sanidad a favor de los
sueldos de los políticos de altura, de los banqueros o de los especuladores de
toda índole es una forma de administrar la vida y la muerte. Si no atendemos a
enfermos de VIH extranjeros o se vuelven a su país o mueren. Si endurecemos la
Ley del Aborto, condenamos a la clandestinidad a muchas mujeres y al peligro a
otras, al tiempo que afianzamos la idea de lo que debe ser una mujer (blanca,
heterosexual, sin diversidad funcional, burguesa, sumisa). Cuando retiramos la
homofobia de la educación para la ciudadanía o las ayudas a las madres
lesbianas estamos creando de nuevo sujetos de segunda clase, adolescentes
desinformados y acosados, “buenas mujeres” frente a “malas mujeres”.
El mundo de la cultura lucha por sobrevivir mientras las
ayudas se retiran a los autores contestatarios y así las pantallas se llenan de
superestrenos en 3D o telebasura. Al subir el precio de los libros o las
entradas se crea ciudadanos desinformados, fáciles de manipular. Gentes que
atienden al populismo y la opacidad de un gobierno que nos roba a todos y
criminaliza a otros, los que salen a la calle.
No me gusta que se diga que todos los partidos políticos
son iguales porque aunque ninguno se salva de la corrupción o la codicia (o
casi ninguno), el partido en el poder lleva décadas gobernando en gran parte de
Castilla y León, haciendo pactos con la Iglesia ultramontana, impidiendo que se
abran las fosas de la memoria histórica, exaltando la dictadura, echando periodistas que responden a los
recortes… Unos son más iguales que otros y estos o sus hijos siguen haciendo el
saludo fascista.
Pero
si renunciamos a creer en cualquier ideología estamos desarmados frente al
gobierno del liberalismo, la doble moral, el miedo a una mayor represión
policial y a la privatización de cuestiones
tan básicas como la educación, la sanidad. El expolio de lo público
lleva a que los muertos no tengan nombre, igual que los desahucios que nadie
considera incitaciones al suicidio mientras que a los jóvenes que protestan en
las calles se les llama alegremente “terroristas” o “violentos”.
Las
personas LGTB de Burgos han visto un aumento de las agresiones en espacios
públicos lo que les invita a privatizar su vida, con regocijo de muchos sacerdotes
y psiquiatras antiguos, además del ciudadano que acude a misa o al partido religiosamente. También se dedica menos dinero a la
investigación o las becas a favor de los macroproyectos sin acabar, de los
casinos, los pabellones, los antepasados, de los hoteles de lujo, de la absorción de las
cadenas de televisión por parte del partido en el poder. Y con una oposición
débil y dividida.
El
aumento de enfermedades mentales e incluso suicidios ante el paro, la falta de
expectativas de futuro o la frustración que provoca la violencia institucional
(policía, ejército, secreta) ante las manifestaciones o el derecho de huelga
lleva al desaliento y la desilusión. Así en Burgos tenemos una Universidad
corrupta hasta la médula, un Hospital nuevo semiprivado e infrautilizado y unos servicios sociales bastante poco
desarrollados. No hay espacios lúdicos para el colectivo LGTB, los inmigrantes
son criminalizados como “responsables” de lo que llaman “crisis”, se recortan las
ayudas a las personas jubiladas, a la
dependencia y cada vez se dedica menos espacio a las voces discrepantes. Es una
forma de administrar la vida y regular la muerte que se llena de ideología y
que, desde el miedo, invita a la insolidaridad o el pasotismo sociopolítico.
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